sábado, 1 de octubre de 2011

Simplemente


Ciertamente, no había mucho de qué conversar. Él, dedicaba su existencia a mirarse las zapatillas que ya rotas, hablaban sobre lo mucho que le gustaba andar; Ella, solo esperaba con el corazón en la mano. Esos silencios eternos, en donde el tiempo es el peor enemigo, eran tortuosos e incluso dolorosos para una muchacha, que ya se había cansado.
Los ojos cafés del poseedor de todo lo que respectaba a la niña mujer que tenía a un lado, se fijaron en el leve temblor de aquel rojizo labio inferior, que solo chocaba con el superior en una especie de “pinta carnal”. Era adorable, de eso no cabía duda, pero eso no era suficiente.
“Marcela”, dijo con voz segura, mientras rozaba su mano para que se detuviese. “Las cosas deben llegar hasta aquí...”
Por una fracción de segundo, la muchacha creyó desfallecer, mas su postura de indolencia solo congeló sus finas facciones y asintió con un movimiento suave de cabeza.
“De acuerdo”, respondió con una sonrisa que nunca nadie creyó.
Francisco tenía ganas de decirle que quería seguir siendo su amigo, pero algo más fuerte que la razón (algo que late, casi nunca correspondido) le cortó toda cuerda vocal. Ella no quería escuchar aquella cruda petición. Y seguramente, no volver a verlo, por más que su carnalidad se revolviese tortuosamente por dentro.
Seguramente, fue por esa misma razón que nunca más se le vio.


Alguna vez lo escribí, cuando aun tenia mas imaginación que ahora.

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