domingo, 25 de septiembre de 2011

Una mano

Cuando el metro se paró antes de llegar a Moneda, supe que algo no andaba del todo bien. Díganle sexto sentido, predisposición e incluso pesimismo, pero el freno del vagón había sido demasiado brusco como para que fuese normal. Los rostros en general estaban a alerta, atentos a cualquier movimiento en falso…
El primer minuto sonreí algo nerviosa, y en teoría, la voz de Hugo me convencía que todo iba a estar bien, y que saldríamos de ahí rápido… A los cinco minutos, ninguno de los dos estaba demasiado con esa postura, aunque queramos declarar lo contrario. Hacía un calor asqueroso, la gente a esas alturas conversaba algo alertada, quizás algunos rostros aterrados se mantenían con el orgullo en silencio. Yo quería desaparecer.
“Se les informa que todas las líneas del metro se encuentran con una falla eléctrica. Por favor, evacuar el tren en la estación siguiente”.
Universidad de Chile (quiero creer que era un buen presagio para mi persona). Todos como animales siendo dirigidos por nosotros mismos, intentábamos salir a respirar aire un poquito más fresco que ese concentrado sudor  compartido sin más remedio dentro de la estación. Y la realidad allá afuera, era un poquito más desastrosa. Por tanto, con Hugo nos armamos cual alma de periodistas con una cámara para capturar aunque sea unos instantes la histeria colectiva (que tan alejada de nuestra mirada no estaba) antes de que el terror del “lanzeo santiaguino” fuera verbo en nuestros bolsillos, y peor aún, cayera sobre la cámara fotográfica de mi familia, ya que de ser así, en casa se ocuparían de hacer rodar cabezas (sí, quizás la de él también).
Caminamos como pudimos hasta el paradero que no se hallaba tan lejos, aunque en esta oscura ciudad sin fe de luz, el horizonte parecía tan sombrío y profundo, que siquiera las micros prestaban la escaza confianza luminosa de que claro, no estaban tan lejos como parecía.
Aquí estábamos los dependientes, las hormiguitas ejecutivas que trataban de ver más allá de su nariz, pero cuánto nos cuesta de día, cuando apoyados en el pasamano no se ve del metro cuadrado, cuando al saludar en realidad a nadie le interesa como estamos, cuando al ver al que necesita de reojo parece lejano ¿podría ser posible ver a oscuras, ver lo que de día nos parece imposible? No sólo necesitábamos luz, necesitábamos guía, necesitábamos agua, un paraguas por si llovía, todas las personas necesitábamos una mano.

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