domingo, 12 de junio de 2011

Analogía.

El miércoles fue un día lleno de cosas habidas y por haber; de todo un poco. Dulce, agrio, más agrio. Pero contemplando que a estas alturas, es mejor hablar sobre las cosas agradables e intentar botar al tacho de la basura lo inservible, me referiré a nuestra súper salida al Vivero.
Ya, para que andamos con cosas: me encantan los niños chicos. No me cuesta llevarme con ellos, muy por el contrario, se me hace fácil saber como entenderlos y viceversa (quiero creer que es por tener una hermana en Pre-Kinder y se reconocer sus intereses, no por un tema de madurez…)
Ahora… También existe un punto, en que los niñitos lindos preciosos, sacan de quicio. En el colegio tenemos varios ejemplos, en especial del tercero básico, una especie de concentración de los niños ‘pateables’. Pero ese es otro tema.
Sinceramente, ese día en la mañana no me daban demasiadas ganas de perder lenguaje y tener que salir a enfriarme con ese tan agradable frío matinal, proveniente de las alturas cordilleranas. Además existe una especie de relación amor/odio entre el frío y yo, pero ese es otro cuento. Al final, lo que significó una motivación fue el pensar “es último año”. Triste (ni tanto), pero cierto. Y después de contemplar muchas veces la idea, recordé que el Vivero estaba a metros cortos del final del camino de tierra. No era ni tanto.
Mientras comprábamos las plantitas y árboles, fue más un lapsus existencial y sacar algunas fotos que otra cosa, y es que el sueño tiene varios efectos en mí, y el ser poco animosa es uno. Eso si, me reivindiqué cuando de vuelta teníamos que cargar las compras; la Isabella (más conocida como Chichi, el enigma de mi vida) caminaba a mi lado, y podía darme cuenta que a pesar de tener unos brazos pequeñísimos, podía sostener con fuerza un masetero de flores amarillas y rojas; no le daba cabida al cansancio, y eso me hizo un poco de click. Un click metafórico que fue de peso, especialmente a estas alturas.
¿Algún deseo? Ir a visitar el colegio en plan de “Quinto medio” el próximo año, y ver que esas plantas y árboles que plantamos no hayan secado; que los cuidados “más mínimos” que hayamos entregado, sirvan para su crecimiento, vitalidad, fuerza.
En mi súper analogía, en el colegio suceden muchas cosas. Experiencias únicas, maravillosas, y otras muy poco agradables, pero que al final del túnel, cuando sabemos que en algún momento Dios va a hacer su propósito en lo que creemos, es una porquería de situación, reiremos, y reiremos tranquilos. Así pasa con las plantas, y el abono que puede no ser muy agradable para ellas, pero que al final de cuentas ayudan la calidad del sustrato y no sé que otra porquería más.
Lo importante es no secarnos. Lo importante es seguir creciendo.

Antupirén, final del camino pavimentado. Sol matinal que se asoma por nuestra cordillera. Fotógrafa: Yo.

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