viernes, 29 de julio de 2011

Jugar al "Teléfono".

Me convertí en una asesina de momentos escritos, fue lo primero que pensé mientras recordaba que volvíamos al ‘training’ del blog. Conste que jamás he tomado esta instancia como una obligación, pues, lejos de estresarme, es el único lugar que queda vigente para vomitar (en una excelente forma, claro está) lo que sale desde mi cabeza. Esta asimetría verbal que ha cobrado viva propia, que redacta, lee y escucha cada una de mis verosímiles anécdotas y pensamientos.
Pero el tema de hoy, no es sobre mi reencuentro con las teclas, el título que derrama miel y el fondo gris oscuro, sino algo muy diferente; algo que me hizo reír, y reflexionar a la vez.
No es novedad que mi hermana provoque ciertos clicks dentro de mí, sin que esa sea su intención, pero si hay algo que sé muy bien, es que Victoria me enseña a diario. A sus cortos cuatro años y nueve meses, ha logrado en mí una Daniela con algo más de paciencia, preocupación; una Daniela servicial, atenta, y con unas ganas incontenibles de ser la mejor hermana mayor que haya pisado la tierra.
El miércoles recién pasado, mientras manteníamos la típica charla de cómo había estado su día en el colegio, su carita se llenó de una sonrisa algo pícara; esos cachetes colorados que contrastan con su piel nívea, se llenaron de palabras.
“¿Te mandaste alguna embarrá?”, inquirí. Negó con la cabeza, y a la vez que se revolvía en mi cama, como acomodándose me respondió: “Es que se un secreto. Un secreto del primo de la Emilia”.
¿Quién mugre es la Emilia?, se preguntaran. Bueno, es la compañerita amiga de la Vico. La típica compinche que desde aquella temprana edad ya te acompaña al baño, te pasa el confort por si se te olvidó, etc.
“Ya… Y, ¿Es algo malo?”. Volvió a sonreír. “Ella nos contó que su primo Tomás se había hecho pipí en los calzoncillos”.
Cara de nada. Debo admitir que una parte de mí esperó algo más interesante. Algo así como que le había sacado cien pesos a la mamá, o que había mentido. Entonces, yo me hubiese entretenido dándole una pequeña charla de lo incorrecto de esos actos. Pero solo tuve que decir: “Ay Vico, a los niños chicos le pasa”.
Mantuvo su misma sonrisa intacta. “Si. Pero yo me río, porque la Emilia nos dijo que no le contáramos a nadie, porque si su primo sabía que alguien más se enteraba del pipi, él dejaría de ser su primo”.
Alerta roja, alerta roja: el primer cahuín de la Victoria.
Sudé. Ya estaba tan grande, que incluso sabía en lo que consistía esa fea, horrible, y asquerosa actitud del ser humano; eso de “te cuento, pero no se lo digas a nadie”, la mentira más trucha y falsa desde la existencia de las mentiras. ¡Si es como jugar al teléfono! Pasa de oreja en oreja, de boca en boca, y es tan mal usada la información, que un: ‘Hola, me llamo Dani’, termina en ‘Te odio, me caís mal’.
“¿Entonces por qué me cuentas? Si tu amiga te pidió que no lo contaran”. Trate de aparentar cara de mamá, pero debo admitir que era un poco chistoso escucharla hablar.
“Pero ellos no te conocen”, declaró.
Primero, me sorprendí. Tan chica y a la vez, con esa actitud tan de grande. También porque quizás cuantas veces hemos hecho lo mismo; la cosa cambia, porque somos capaces de tomar la decisión si hablar o no, pero siempre es mejor comentarlo en ese silencio, que a la vez se hace audible incluso con gente que no conocemos… Pero ahí fue cuando comprendí que ese es nuestro instinto. Como suele decir mi mamá, es por eso que se les enseña lo bueno, porque lo malo sale del corazón sin hacer esfuerzo.

 Es bueno pensar antes de hablar. En especial si no sabes a quién podrías llegar a dañar.