lunes, 24 de octubre de 2011

Inmensidad


Es como mentir, diciendo que nunca creíste que las nubes fueran de algodón.
Todos lo hicimos. Todos quisimos pasar horas y horas riendo,
jugar con los rayos de sol, cerrar los ojos y volar.
Volar, hasta encontrar un lugar lejano y espacioso, asombroso.

No importa cuanto niegues lo que siempre has creído
En algún momento, volverás a los brazos de tu padre... A los brazos de tu creador.





viernes, 21 de octubre de 2011

Conclusión: paquete de cabritas.

Perdón.
Sé que sabes que estas líneas son para ti, y sé que también conoces la razón del por qué, repentinamente, ventilo un poco de nosotros con los inciertos lectores desconocidos, que puede, aparezcan sin ser invitados por aquí, en dónde está legítimamente permitido tomar posición de oyente entre palabras escritas.
A veces soy demasiado aniñá'. Muy llorona, emocional, mala onda, y otras veces, dispersa como para irme entre las ramas hasta un lugarcito cargado de risas, golpes, tomadas a la ligera; ahí en dónde flotan horas de entrenamiento escondiendo vertiginosas frases desenterradas del espíritu, del alma.
Eres in-creíble. Tanto, que muchas veces me pregunto si es que llego a pesar poquito más que un paquete de cabritas en cuanto a mi forma de demostrar las cosas. Cualquier muestra de afecto a tu lado, es absorbida por tu irracional forma de quererme, de demostrarle al mundo cuan enamorado estás, llevando mi mano sin querer soltarla... Y créeme que a mí me pasa igual; me pasa cada vez que caminamos por la calle, y repentinamente solo son nuestros pies los marchitados de caminar, inmersos en un lugar lleno de nadie. Mi problema es que me cuesta hacerlo demasiado bien.
Sé que no exiges (o no quieres) nada. Sé que por muy raro que hubiese parecido en el Hugo anterior, luchas con tus fuerzas para no hacerme sentir inferiormente romántica. Pero lo soy. Y hagas o dejes de hacer, puedo darme cuenta que, me queda mucho por seguir aprendiendo. 
Aún así, sé que te frustras. Te molesta, y te doy mi palabra de Chinita que estoy intentando hablar ese mismo idioma que tú, de una forma inigualable; que a pesar de no desconocer del todo esa pronunciación, puedo llegar a pronunciarlo de igual forma que tú; de la que a ti, como compañero de carrera, te gusta y necesitas.
Concuerdo con que "Las palabras se las lleva el viento". Pero sé, que estas, las que hablamos y leímos en los ojos del otro, no pueden irse así de fácil; menos cuando tienen tanto peso, y están tan atadas a esto que somos.



Ps. Espero mis disculpas sean adornadas por una sonrisa tuya.
Perdón nuevamente. Y Te Amo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 1

"Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borra vino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)
Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero este se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegué a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miró hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír. Eso me dio todavía más miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acercó pensando que se me había caído algo precioso, una Parker o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacía era molestarme, entonces sin pedir permiso me tiré al suelo y empecé a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante (...)"
-Julio Cortázar.


                                         
Un aplauso hasta que  de las palmas se nos borren las líneas de caminos inimaginables.

sábado, 1 de octubre de 2011

Simplemente


Ciertamente, no había mucho de qué conversar. Él, dedicaba su existencia a mirarse las zapatillas que ya rotas, hablaban sobre lo mucho que le gustaba andar; Ella, solo esperaba con el corazón en la mano. Esos silencios eternos, en donde el tiempo es el peor enemigo, eran tortuosos e incluso dolorosos para una muchacha, que ya se había cansado.
Los ojos cafés del poseedor de todo lo que respectaba a la niña mujer que tenía a un lado, se fijaron en el leve temblor de aquel rojizo labio inferior, que solo chocaba con el superior en una especie de “pinta carnal”. Era adorable, de eso no cabía duda, pero eso no era suficiente.
“Marcela”, dijo con voz segura, mientras rozaba su mano para que se detuviese. “Las cosas deben llegar hasta aquí...”
Por una fracción de segundo, la muchacha creyó desfallecer, mas su postura de indolencia solo congeló sus finas facciones y asintió con un movimiento suave de cabeza.
“De acuerdo”, respondió con una sonrisa que nunca nadie creyó.
Francisco tenía ganas de decirle que quería seguir siendo su amigo, pero algo más fuerte que la razón (algo que late, casi nunca correspondido) le cortó toda cuerda vocal. Ella no quería escuchar aquella cruda petición. Y seguramente, no volver a verlo, por más que su carnalidad se revolviese tortuosamente por dentro.
Seguramente, fue por esa misma razón que nunca más se le vio.


Alguna vez lo escribí, cuando aun tenia mas imaginación que ahora.